Para suerte de los miles de peregrinos los pronósticos de lluvia no se cumplieron. El sábado fue agobiante con 30 grados que parecían 40 y el agua no alcanzaba a saciar la sed. Durante la noche refrescó pero no hacía frío y ayer cuando los primeros rayos del sol empezaban a calentar el mítico campito nicoleño y el santuario Nuestra Señora de San Nicolás, muy puntualmente a las 7 de la mañana la imagen de la Virgen ingresó ante la alegría de muchos fieles que irrumpieron a puro canto y devoción en el santuario. Jóvenes y ancianos, mujeres y niños, todos entusiastas, caminaron unos 70 kilómetros para renovar, como en 19 oportunidades, su fe en la Virgen del Rosario de San Nicolás.
Estaban extenuados, muchos se sentaron en el césped, otros se acostaron en el piso ante la escalinata, pero todos estaban felices. Había madres con sus pequeños en cochecitos o en brazos, muchos adolescentes a los que su fe logró canjearle la clásica salida del sábado a la noche, tampoco faltaban hombres y mujeres mayores, y todos llegaron al campito con la idea de agradecer o la de pedir, o ambas. Los organizadores dijeron que en tramos desde Rosario a San Nicolás la fila fue impresionante y arriesgaron a calcularla en 20 kilómetros.
Intenciones. Mientras un grupo de peregrinos descansaba con los pies llagados por el esfuerzo, otros apoyados en bastones y con el rostro surcado por el cansancio tras unas 16 horas de marcha permanecían de pie escuchando la homilía oficiada por del arzobispo de Rosario, José Luis Mollaghan, pero en todos se veía la serena sonrisa que solamente puede devolver la inmensa devoción que los acompañó en el transcurso del camino hacia el campito nicoleño.
En la homilía en el santuario de Nuestra Señora de San Nicolás, monseñor Mollaghan, agradeció a todos los que caminaron y peregrinaron, y destacó que el ideal cristiano no es “pare de sufrir para ser feliz, sino que implica el realismo de ver la vida desde Dios, que es amor, que debemos servir y no ser servidos, y que es dando lo que uno recibe; que es perdonando como uno es perdonado; que es siguiendo sus huellas, como alcanzamos la vida eterna”.
En otro párrafo, del oficio religioso manifestó el arzobispo de Rosario: “Necesitamos pedir también por una Argentina grande, en la que vivamos más fieles a Dios y más hermanos entre nosotros, porque somos hijos de un mismo padre; con leyes justas, que animen una vida humana más digna de acuerdo a nuestra condición”.
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